jueves, 19 de febrero de 2009

Criptografía (XI)

Los británicos se habían dado cuenta que la Enigma no era indescifrable como creían y previniendo gran cantidad de emisiones de radio en la guerra establecieron un nuevo centro de cifras más grandes en Bletchley Park, en Buckinghamshire. La rutina de Bletchley consistía más o menos en lo siguiente: a medianoche los alemanes cambiaban la clave del día por lo que los avances hechos el día anterior en Bletchley no servían ya para nada. Los descifradores se ponían manos a la obra con el primer mensaje del día, después de varias horas conseguían las posiciones de la Enigma, entonces otro personal podía dedicarse a descifrar los mensajes que ya se estaban acumulando y obtener valiosísima información. Cuando Alemania invadió Dinamarca y Noruega en abril de 1940, Bletchley tenía información detallada de las operaciones alemanas. Igualmente durante la batalla de Inglaterra, pudieron advertir los bombardeos con antelación, conociendo la hora y el lugar.
En Bletcheley comenzaron a inventar sus propios atajos para descifrar la clave una vez dominaron la técnica polaca. Se dieron cuenta de que a veces los operadores en lugar de elegir tres letras al azar, por prisas (es lo que tiene si te estan bombardeando...) elegían letras consecutivas del teclado como JKL o CVB. O repetían claves con, es un suponer, las iniciales de la novia. A estas calves previsibles las llamaron cilis. Muchas veces probaban estos cilis y funcionaban.
Este error humano, no de la máquina enigma, también ocurría a niveles superiores. Los responsables de redactar los libros de códigos con las posiciones de los modificadores y cuales serían los usados, en el intento de que fueran imprevisibles los hicieron más previsibles. Si tenemos los 5 modificadores 1,2,3,4 y 5, el primer día colocamos por ejemplo la disposición 1-3-4, el segundo día podrían poner 2-1-5 pero no 2-1-4 pues no se permitía que un modificador permaneciera dos veces seguidas en una misma posición. Esto significaba que los descifradores jugaban con la mitad de las posibles combinaciones.
También había un regla que impedía que los clavijeros estuvieran conectados con letras vecinas en el alfabeto. No se podía intercambiar por ejemplo la S con la R o la T. En Bletchley se dieron cuenta de esta regla y volvieron a poder reducir el número de claves posibles.
Enigma fue evolucionando con la guerra así que en Bletchley no se aburrían nunca. Alli habitaban seres de todo tipo, matemáticos, científicos, lingüistas, maestros ajedrecistas, adictos a los crucigramas... así cuando surgía algún problema siempre había alguien que tenía en su cerebro las herramientas necesarias para resolverlo.
Una de las mentes más brillantes y que descubrió el punto débil más importante de la Enigma fue Alan Turing.
En su juventud Turing imaginó una máquina en la que se introducía una cinta perforada que indicaba una operación matemática y por el otro lado de la máquina salía otra cinta con el resultado. Ideó toda una serie de estas máquinas, llamadas máquinas de Turing, cada una diseñada para una operación particular. Luego imaginó otra que internamente podía ser modificada para que pudiera realizar todas las operaciones, esta es la máquina universal de Turing, que sentaba las bases del ordenador. El problema es que en los años 30 todavía no existía la tecnología para crear esa máquina. En 1939 la carrera académica de Turing fue truncada, pues La Escuela de Códigos y Cifras lo invitó a convertirse en criptoanalista en Bletchley.
El trabajo encomendado a Turing no era fácil. Los éxitos de Bletchley se basaban en el sistema de codificación de la clave alemana que era enviada dos veces seguidadas para evitar errores. (Recordemos, por ejemplo WYUWYU). Se suponía que los alemanes no tardarían en darse cuenta de que este sistema estaba comprometiendo la seguridad de la Enigma y cambiarían el sistema. El trabajo de Turing era encontrar la forma de atacar la Enigma sin depender del sistema de repetición de claves alemán. Leer más...

domingo, 15 de febrero de 2009

Érase una vez...


Érase una vez un hombre al que se le ocurrió crear una serie infantil educativa: erase una vez el hombre. Ésta fue la primera a la que siguió el espacio, el cuerpo humano, las américas, los inventores, los exploradores, la ciencia, la música...

Todos nos acordamos de sus personajes, el chico, la chica, el amigo fortote del chico, el viejo de las barbas que todo lo sabía, los dos malos... y con ellos aprendimos muchas cosas y seguro que a más de uno influyó para lo que sería de mayor.
Hace 4 días falleció el creador de esta serie: Albert Barillé.

La que más recuerdo es la del cuerpo humano, con los mensajeros neuronales siempre corriendo a darle mensajes al maestro para que controlara el cerebro, los glóbulos rojos siempre caminando por las venas y arterias, los virus, y los glóbulos blancos volando vigilándolo todo.


Habrá que bajarse los capítulos para que nuestros hijos puedan disfrutar de esta serie, aprovechemos ahora que todavía no es delito !! Leer más...